Edmundo el escéptico
Texto de Cecília Meireles
Texto de Cecília Meireles
Tradução de Diana Margarita Sorgato
En aquel tiempo, no sabíamos qué era el escepticismo.
Pero Edmundo era escéptico. La gente se enfadaba y lo llamaba terco. Era una
gran injusticia y una definición equivocada.
Él quería partir con los dientes los huesos
de la ciruela para chupar la mielecilla que hay dentro. Todo el mundo le decía
que los huesos eran más duros que sus dientes. Se rompió los dientes para
comprobarlo, pero lo comprobó. Y todos nosotros aprendimos a su costa. (¡El escepticismo
también tiene su valor!).
Le dijeron que si se
sumergía de cabeza en el tonel de agua del patio, podría morir ahogado. No se
asustó con la idea de la muerte: lo que quería saber era si le decían la
verdad. Y no se ahogó solo porque el jardinero andaba por allí.
En la lección del
catecismo, cuando le dijeron que los sabios desprecian los bienes de este
mundo, preguntó desde el fondo de la clase: «¿Y el rey Salomón?». Fue necesario
que la profesora le diera una conferencia sobre el tema, y no salió convencido.
Decía: «Tan solo si lo veo». Y en ciertas ocasiones, después de que le mostraran
todo lo que quería ver, aún dudaba: «Tal vez no lo haya visto bien. Ellos siempre
estorban». (Ellos eran los adultos).
Edmundo fue un alumno muy
difícil. Incluso sus compañeros perdían la paciencia con sus dudas. Alguien debió
de tratar de engañarlo un día, para que él desconfiara de todo y de todos. Pero
por sí mismo, no, pues fue la primera persona que me dijo estar a punto de
inventar el móvil perpetuo, invención que en aquel tiempo andaba muy de moda, más
o menos como hoy las aventuras espaciales.
Edmundo estaba siempre en
guardia contra los adultos: eran nuestros permanentes adversarios. Solo decían
mentiras. Tenían la fuerza a su disposición (representada por varias formas de
agresión, desde la palmada hasta la habitación oscura, pasando por estadios etapas
muy variados). Edmundo reconocía la inutilidad de luchar, pero tenía el brío para
no dejarse vencer fácilmente.
En una fiesta de cumpleaños,
entre números de piano y canto (¡ah, qué deleite los saraos de antiguamente!),
apareció un mago con su sombrero de copa, su pañuelo, los bigotes retorcidos y una
flor en la solapa. A ninguno de nosotros le importaba mucho la verdad: era tan
gracioso ver cincuenta cintas que salían del sombrero unidas en una sola…, y el
vaso de agua que se llenaba de vino…
Edmundo se resistió un
poco. Después le pareció que nos estábamos volviendo demasiado tontos. Dijo: «¡Yo
no me lo creo!». Se fue a revolver el arsenal del mago y ya no pudimos ver más las
monedas que le entraban por un oído y le salían por el otro, ni el sombrero de
copa vacío del que salía una paloma volando… (Edmundo lo arruinaba todo.
Edmundo no admitía la mentira. Edmundo se murió temprano. Y quién sabe, Dios
mío, con qué verdades).
Gostei muito da tradução. Parabéns pelo trabalho.
ResponderExcluirMuito obrigada, Giorgio! ;-)
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