¡Buenos días,
queridos lectores!
Aquí en Brasil hoy
es sábado, son las 8 de la mañana y ya estoy
aquí, delante del ordenador, o de la computadora, como prefieran, dispuesta a
escribir una reseña literaria…
Sé que me va a
costar bastante, en primer lugar, porque lo voy a hacer en español cuando me
resulta mucho más cómodo escribir en portugués; en segundo lugar, porque
escribir una reseña crítica es un ejercicio subjetivo, que implica mucho más
esfuerzo que discurrir a respecto de una norma gramatical. Podría mencionar otras dificultades, pero con estas me llega para afirmar que estoy saliendo de mi
zona de confort y eligiendo el camino de las piedras. ¿Por qué lo hago? Porque
creo que este libro se lo merece.
Me refiero al libro “Los que vivimos”, de Ayn Rand. Antes que nada, voy a
ambientarlos un poco, es decir, voy a contextualizar la obra y a presentarles las
razones que me llevaron a leerla. Quien me indicó este libro fue mi tía —que
lee mucho y no indica cualquier tontería—, me dijo que era un libro precioso y
que la historia estaba ambientada en la Rusia comunista, tras la revolución
proletaria. Lo mejor, es que mi tía no destripó la historia, es decir, no dio spoilers (según Fundéu, la fundación del
español urgente, es mejor destripe que spoiler),
al contrario de mi otra tía que también me indicó un libro y, sin querer, me
dijo cómo terminaba.
Pues resulta que
mi familia tiene una experiencia muy estrecha con el comunismo, a punto de
haber experimentado sus dificultades en su propia piel. La familia de mi madre
logró huir de la Cuba comunista de Fidel Castro y mi padre logró huir de la
Alemania comunista cuando aún se erigía el muro de Berlín. Así que forman parte
de mi vida las narrativas de mis queridos padres —que en paz descansen—, sobre las amarguras que tuvieron que pasar. Entre las historias que
dejaron más huella, recuerdo la de mi madre que nos contaba de cuando le dieron
una manzana de regalo de Navidades, y del gusto con que la comió (no había dejado ni
las semillas); de mi padre, lo que más me choca hasta hoy es el hecho de que
haya estado más de 30 años sin ver a la hermana, la cual se quedó en el lado
oriental.
Ayn Rand, la
autora del libro, también sufrió las amarguras del comunismo en su propia piel,
y adoptó este nombre al nacionalizarse norteamericana tras haber logrado huir con
grandes riesgos de la Unión Soviética.
Como ya saben, no pretendo resumir la historia ni alardear sobre mis impresiones
personales, mi única intención es despertarles el interés hacia este libro.
Les aseguro que
es una historia que cala hondo. En portugués hay un adjetivo que viene como
anillo al dedo para este tipo de obra: “envolvente”. Me gustaría que en español
hubiera un adjetivo tan amplio como este, que en una sola palabra
transmitiera la idea de abstraer, sumergir, emocionar, impresionar,
etc.
En el prólogo del libro, Ayn Rand dice que
escuchó por primera vez el principio comunista de que «el hombre debe vivir
para el Estado» cuando tenía doce años, y que comprendió que ahí residía el
mal. «Este principio era malo y (...) no podía conducir a nada que no fuera
malo».
En las palabras de la autora, este libro es "tan cercano a una
autobiografía como jamás escribiré". Sobre la trama del libro, les
cuento solo lo esencial: Kira, la protagonista, es una mujer segura y confiada
que lucha por mantener su esencia frente a un régimen totalitario que usa
todo su aparato y poder para controlar la vida y los pensamientos de los
individuos, asfixiando sus voluntades e ilusiones hasta convertirlos en instrumentos
a su servicio. En medio de un trágico y arriesgado triángulo amoroso, Kira traiciona
sus propios principios en nombre del amor, de la vida, y del amor a la vida. Hasta
aquí llego yo.
¿Qué mejor que dejarles un fragmento para que se hagan una idea?
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